La coherencia, tanto vital como textual, nos habla de la unidad de los distintos elementos que forman un texto y, en este caso, una persona. Se trata de la unión entre el pensamiento, la palabra y la acción. En el mundo espiritual, esto se llama estar en tu verticalidad o verdad. Es decir, si pienso azul, siento azul y hago azul, la firmeza de mis acciones será tal que nada me hará dudar. Estaré vertical más allá de las embestidas del mundo circundante. Teorías como la Bioneuroemoción dicen que la enfermedad nace de la no coherencia entre lo que pienso y lo que hago.
Pero, ¿qué ocurre si miramos más allá? Si pienso odio, siento odio, expreso odio y actúo con odio, también soy coherente conmigo mismo. Hitler, por ejemplo, era coherente con sus ideales. Osho decía que el que se preocupe por la coherencia será falso porque sólo las mentiras son coherentes. La única verdad es el cambio, y por tanto nuestra coherencia debe ser cambiante y revisada constantemente. No debemos confundir firmeza, rigidez y constancia con coherencia. No hay nada más coherente que un niño, y éste cambia de ideales y pensamientos en cada instante y actúa en consecuencia. ¿Realmente sabemos ser como ellos? ¿Hasta qué punto estamos «enganchados» a nuestros ideales, pensamientos, miedos, necesidades? El miedo al cambio nos hace restar fieles a nuestra moral. Necesitamos sentirnos seguros y estables.
Según Emilio Oliver, existe algo más elevado que la coherencia: la trascendencia o la coherencia no egoísta. ¿Cómo podemos pasar de una a otra? Como todo, empezando por debajo. Debemos transitar por nuestro infierno, nuestra verdad más oscura hasta aceptarnos y vernos realmente. Descubrir qué hay detrás de cada queja, acción o palabra nuestra, descubrir hasta qué punto nos domina el ego y el miedo. Para permanecer limpios, debemos vaciarnos de promesas, necesidades, obligaciones. Romper con todo lo que siempre hemos considerado cierto e inamovible. Romper con la razón porque si seguimos actuando desde ella, la seguiremos queriendo tener y no nos permitiremos expresarnos desde la libertad. Permitirnos cambiar de idea, equivocarnos. Ser tan claros y honestos con nosotros mismos que no quede ninguna duda de lo que queremos y sentimos en cada instante, y hacerlo.
Debemos pararnos y meditar. Estar siempre serenos para volver a formar y crear. Desde la compasión, darnos el tiempo necesario para transformarnos.
Todo cambio nace del silencio, la serenidad y la compasión. Sólo así transitaremos para dar luz a una verticalidad que no nazca del miedo y del yo egoísta. Desde la serenidad, aprenderemos paciencia con nosotros y el mundo, y empezaremos a tener fe en nosotros para superar nuestras propias limitaciones, dando paso a una nueva creatividad y una nueva coherencia a la que nunca nos hubiéramos imaginado logrando.
